Cuando salimos se Bogotá tenía la sensación que lo hacia por tanto tiempo que sería difícil asumirlo, sobre todo teniendo en cuenta que habría una Pascua de por medio.
En la medida que pasó el tiempo, entre los templos del consumismo y el afecto de nuestros anfitriones, desfilaron por mi cabeza demasiadas cosas por las cuales debía dar gracias a Dios: por encima de todo sentirme orgulloso de mi origen por más peso que ello represente; tuve la gracia de nacer en una región que pese a la angostura de sus calles siempre hay alguien atento a responder con una sonrisa ante un saludo sincero.
Lo que aprendí y con lo que regreso es que se necesita a gritos dar gracias todos los días a Dios porque sus propósitos con cada uno de sus hijos son más evidentes de lo que parece. Al menos el mío es sentirme orgullosamente colombiano y si pertenezco a ese país es por algo.
Búsqueda de oportunidades de negocio: claves para el éxito
Hace 18 horas.